
Una de las actividades “estrella” era la organización, al menos un par de veces al año, de unas jornadas de encuentro e intercambio. Como era un club inglés de coleccionistas de hueveras, le dieron a estas reuniones el nombre de “eggschanges”, que resulta divertido y adecuado.
La cita para los “eggschanges” solía ser en un pueblecito y tenía lugar en una sala grande, ya fuera una escuela, sala de deportes, etc. El programa era el siguiente: A las 10 de la mañana se abría oficialmente el encuentro, los coleccionistas que iban llegando tenían derecho a una o más mesas, donde podían exponer las hueveras que querían vender, con el precio bien marcado.

Mientras dejaba al frente de su “mercancia” al marido, hijo, u otra víctima voluntaria, el/la coleccionista recorría con ojos ávidos toda la sala, buscando en las mesas de sus colegas la perla rara, controlando dónde estaba lo que más le interesaba y calculando con precisión los movimientos que tendría que hacer cuando se autorizara la compra-venta, a las 11 horas exactas. Porque ese era el rito, hasta entonces no se podía comprar nada, pero cuando llegaba esa hora y sonaba la campana, todos los coleccionistas se abalanzaban a la mesa donde habían fichado la ganga y, como casi todos se abalanzaban a la misma mesa, el tumulto que se formaba parecía de primer día de rebajas.
